LA TEATRALIDAD DEL BARROCO
Según Chirstian Norberg-Schulz el mundo barroco en el siglo XVII se puede definir como un “gran teatro” donde cada uno tiene asignado un papel. Y ese “teatro” tenía que tener la capacidad de persuadir. La persuasión, según la opinión del autor, tenía como finalidad la participación. Y esta combinación fue el medio empleado por la Iglesia Católica a través de las imágenes visuales pero también el utilizado por la Iglesia Protestante a través de sermones en lenguas vernáculas acompañados por el sonido de música sacra. Basta pensar en la cantidad de obras musicales sobre todo para órgano escritas por Juan Sebastián Bach para acompañar los servicios religiosos protestantes.
Tal vez uno de los ejemplos más logrados de teatralidad, persuasión y participación sea la capilla proyectada por Gian Lorenzo Bernini para el Cardenal Cornaro en la iglesia de Santa María de la Victoria en Roma. Allí, una serie de personajes desde sus palcos asisten a la representación del Éxtasis de Santa Teresa, donde se expresa el estado de plenitud máxima alcanzado por la santa. En este grupo donde arquitectura, pintura y escultura se funden en un todo el artista enfatiza “lo teatral” a partir de las esculturas laterales que asisten a la escena sentados en palcos similares a los del interior de los teatros de ópera:
La idea de incluir a una serie de espectadores que observan la escena nos recuerda que el siglo XVII es también el siglo de la ópera. Si bien los inicios datan de fines del siglo anterior cuando una serie de músicos se reunió en Florencia para imitar las representaciones de los antiguos fue en realidad a partir del estreno del Orfeo de Claudio Monteverdi que el género tomó su forma definiva.
Las monarquías absolutistas del siglo XVII y XVIII hicieron de la ópera un espectáculo de corte que celebraba el “triunfo del sistema”:
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